Amor, te doy todas las flores, las que llevo entre los pechos, las que me dan su mirada tardía en un otoño todavía por venir como si en marzo gravitase mi septiembre.
Amado, florecen las mimosas, y penetran en tu alma. Amarillean las espigas y renacen en la orilla del sosiego. Todo es paz al lado de este cuerpo que se amansa, y la materia responde dónde se oculta su sustancia.
El árbol es verde y amarillo. Su savia también es amarilla. Amarillas mis ingles por el semen. Mi piel también es amarilla cuando el sol se me refleja.
Hay un oro en esa luna que palpita, un oro que fecunda con la plata y se rememora con la piedra.
Es un camino de rosales, cuando la rosa es aún temprana y no se conoce su textura.
Amor, se me ciñen las estrellas. Son un eco del rosario, una voz que entre seísmos poderosos se me llena de deseo como la lluvia de paraguas, como los nidos de las alas que se quebraron cuando volaban a tus labios.
Amor de cristales que olvidan ser espejos, de memoria que lamenta su memoria, entrégame el silencio.
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