Amor, qué frondosidad se me establece al lado de las sombras. Hay un lado en la tiniebla que es de sábanas ardientes, de noche estremecida en su pureza, y la contaminación que vuelve el aire en escarlata es como un muro del infierno.
El infierno es como una oscuridad que nace allí donde el alma va en los sueños, y el mal gruñe entre los extrarradios del Ser, donde los pájaros lloran.
Amor, las estrellas se desnudan y queda sólo la luz que va a poniente, una luz que es cristalina y que rehuye la opacidad del cielo.
Siento cómo se gangrena el dolor, y se destruye. La felicidad no tiene nombre y se esconde en los amaneceres junto a ti, en los besos que acarician los instantes que son nuevamente repetidos.
Amor, sé que la distancia es grande y que lo que me vive tan sólo se imagina hasta llegar hasta tu mar, el que tú nombras. Mi mar es como un león que duerme, una partida con las cartas marcadas, y un tahúr que escribe versos azules en el gris del firmamento.
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