Amor, qué pronto me consumes. A qué alturas llega el huracán de tu silencio, qué flores brillan en los umbrales de tus besos.
Las hojas siguen cayendo de las ramas: es la muerte que las llama. Amor, qué sucesiones más tremendas de amapolas en esas alas que surgen de las almas. Cómo el azahar se convierte en rosa roja, abierta en su transitar de espinas.
El urogallo canta sus canciones estremecidas mientras el águila sobrevuela el amor, allí donde Dios se sienta y calla.
Oh sublevaciones del instinto, allí falta la palabra. La palabra que amanece florecida, el deseo que se abate como un clima pedregoso, que deshace la escarcha y la vuelve agua caliente con que transfigurar el día.
Oh soplo atento de la divinidad, qué encajes me trajiste, y yo, que no quería los bordados, ahora me los pongo por doquier, en mi carne que reclama la belleza de tus ojos que me miran desde el alba con un palpitar ardiente.
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