Amor, en este declinar de la penumbra, ahora que el sol se va allá lejos, la distancia es tan enorme que mi carne suspira porque la sangre la abandone, suspira por tenerte entre mis brazos, y besarte, como se besan las alas de los pájaros.
Amor, ahora que estás lejos, y que me vives sin vivirme, y que yo te vivo arrastrándome en palabras, palabras que no me consiguen tu cuerpo, ni tus labios, ni esos ojos que vi una vez y me devolvieron toda la claridad del cielo.
Amor, que en mi resides, que en mí nombras al buey y a la paloma, que en mí renaces y que en mis manos resucitas, te doy la poca hermosura que haber puede en esta carne que te llama.
Amor, es un prodigio que más allá del tiempo, en este espacio incandescente, se repliegue el atardecer de esas brasas en que se transforma el día, y tú, que vas detrás de las cigüeñas te enamoras de la cuna y de los pechos que amamantaron tu ansia, y redoblas el tambor con la hojarasca que es propia del otoño como las ruinas son propias del mundo.
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