Amor, se abren las velas y las llamas están a punto de correr, como si los fuegos de artificio contuvieran el mismo fuego que los nombra.
Así la vida, un fondo negro y una lluvia de colores, unos colores que tiñen las palabras con un color distinto, a veces de plata y a veces de otra voz.
Como un juglar, te siento desnudo. Siento tu piel que se calienta con la mía, su efervescencia, el fulgor con que la nieve te regala, y cuando te encuentro te vivo y quiero que me vivas en medio de las circunferencias que pintamos en el suelo.
Amor, qué hay en ti que muere, qué distancia me nombra y me separa de la multitud, cuando la sangre se ocupa en recorrerte por entero, como me recorre a mí, sin dejar una sola vena por llenar.
La sangre que debería detenerse y detener el corazón en ese instante en que las manos se ocupan en llegar hasta los nidos más altos de aquel árbol que nos dio la gran caja de Pandora, por dónde se abrió el amor e inundó todos los vestigios del mundo
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