Amor, que me das la sombra, que te ocultas de mis ojos, que hablas en el silencio, que escuchas conmigo el Réquiem que eleva sus notas a la noche, dime si en mis manos nacen las olas que el mar devuelve hasta la playa.
En esta arena que vivió otros veranos, ahora recala la soledad. Parece que los mares bañan los desiertos y depositan las flores de su vientre.
Hay una blancura que no vemos y que se refleja en el punto más interior del ojo. Allí se ven los trocitos de cielo, y como en un barranco, vemos desde arriba los matojos, las piedras y los ríos que surcan las oscuridades más latentes, prodigiosas en su estudio del mal, en el estudio de la decadencia más salobre, en su asco.
Quiero seguir al águila desde el pozo oscuro donde miro. Mi hombre, te buscarán los buitres, querrán la carroña del dolor, querrán tu muerte, y yo desde aquí sólo puedo ofrecerte el blanco que he guardado para ti, el que me dio una de las nubes que encontré en mi vuelo.
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