Amor, de noche me escuchaste. Me escuchaste la plata, la que cogió el orfebre para construir esa alegría que me nace del fondo de las ingles, de esa alegría circular que me alimenta la sonrisa, el ver la hoja en el árbol y no la que se suma a la hojarasca, ese vislumbrar la luz que acontece y habla en esa plata que te digo.
Amor, me escuchaste el oro, marchito ya el bronce de mis manos, aprendiste a ver entre las sombras los destellos de ese sol que se escondía en el brillo de tus ojos. El espejo reflejaba esa intensa luminosidad en que el oro aparecía.
Amor, en mis palabras hay un rastro en que la sombra resplandece. Un iniciarse el tiempo en que las manzanas eran doradas como la diosa que entregaron a los hombres para que les rociara de tesoros.
Amor, he cubierto el laberinto. He cubierto las pirámides. He cubierto esa cama donde yacimos los dos, cuando la memoria se desnudaba y sólo se vivía en ese instante, cuando la memoria se vestía con el sexo, y con el sexo desvanecía las oquedades vacías de los astros.
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