jueves, 22 de octubre de 2015

Poema de Alberto Davila Vázquez

Penetra sin temor en este cuerpo, admira los esfínteres
hiperventilados, los desinfectantes ácidos,
las brújulas, las viscosas entrañas monótonas, los obsequios de
tu obsesión;
recupera tu obsesión todavía cáustica en el alma,
agazapada en un resquicio de los pulmones o en el malecón que
encallece por las poseídas venas;

penetra en este cuerpo y contempla cómo se alborotan las heces,
cómo las heces se refugian en el rizoma condescendiente,
cómo hurga y se despliega la potencia de los ojos, la
invertebrada opacidad,
la articulación de la conciencia, el engranaje de tu deseo;
cómo se fisuran las papilas en que excitada naufragas,
cómo las suaves ingles combustionan, cómo ascienden hacia las
brasas,
cómo las células de la sangre interpelan, cómo
estertora el pene,
cómo se transparenta y huye hacia la claridad del recinto en que
crepitas, las íntimas glándulas geológicas, el difuso temblor de
las axilas, el calambre de la espina dorsal y la médula;

qué despaciosamente están inyectándose en el espíritu los elementos de
equilibrio y sosiego,
los óxidos de los gemidos, los arriates del
éxtasis,
los latidos, la hendidura y la raíz;
cómo en los ligamentos se inserta el espurio epicentro,
el insomne cráter con que emulsionaste la saliva, el lóbulo en
las fauces tras la llama de la cópula,
tu mirar incitante en la bóveda ilesa del abdomen,
tu huir y tu regresar continuamente;
cómo se deshabitan las heridas, cómo se sumerge el tórax;
cómo se lubrica en los tuétanos, con órbita
ensimismada,
la brea de los tejidos, el alimento del seísmo en los cabellos,
la sístole y la diástole del acorazado néctar, del flexible bifurcarse en tus
meandros;
venga, imprégnate en este semen, calma el ansia, observa
cómo se exanguina a diario la fiebre del amor, cómo
taja el nervio,
mientras por la grieta del mortal peso de la memoria
supura
el violento oído de la luz en el elevado silencio.

Alberto Davila Vázquez

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