Amor, siento el recrudecerse de la noche, siento como las bodas de Canaán se me repiten, como el agua cotidiana se convierte en el insomnio de la bebida alcohólica, como si el vino tuviera el poder de convertirse en mar, y siendo mar sugerirte que estuvieras.
Amor, tus flores son distintas de las mías. No sé sus nombres, ignoro su fragancia, que como tu olor se inmiscuye en las palabras que intentan disponer de este tiempo que no sólo es mío, que comparto en muchedumbre, como es la muchedumbre la que terminará leyendo e ignorando lo que quiero decir en estos versos.
Quiero decir que te deseo, que esa luz que me convierte en luz es sólo mía, que tu cuerpo es el cuerpo que la luna me dio para abrazarte, para besarte en los instintos, para que la carne se desnude y hable en el lenguaje de esas flores que nacen en tu tierra.
Amor, en tus ojos el mundo me transcurre. Siento cómo giran los planetas, siento sus convulsiones más viles, sus desprendimientos, y en este alud la nieve me devora.
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