Amor, qué amaneceres me trajiste, en qué hondonada esperé que aparecieras, qué curvas sorteé para encontrarte. Y finalmente en qué tumulto me lamiste las estrellas que en su fuga me trajeron.
Amor, tantos dones... ¿Qué voy a hacer con ellos? Un vestido largo, de espalda abierta y poco escote, que llegue hasta los pies y sea rojo, y cuando me desnude que sea como una arteria que recoja la sangre que sembré, la que te di, cuando tú me diste las arterias para que la contuviesen y así construir un templo que se levanta por encima de los dólmenes, rojo y sagrado como las caricias de tus labios.
Amor, mi centinela, amor de bronces y brocados, cristalizas en el aire que respiro, en las amapolas que sequé para tenerlas guardadas en la invisibilidad de la memoria.
Amor, en tus besos encontré lo que le faltaba al agua, y el agua dejó de transcurrirse, dejó de ocupar otros lugares, y vino con su humo transparente, y se cayó al barranco para cubrirse en el abismo.
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