Amor, vislumbro el deseo, en ti, de ti, y a partir de ti en lo alto de la cruz de las iglesias, sonando en las campanas, perseguido por las cigüeñas que allá arriba predican su candor, con la inocencia de una niña que, cuando llueve, se moja con el agua cara y pelo.
En estos días otoñales que regalan por las tardes un halo luminoso, un halo que en pleno mes de julio se me escapa, en este octubre que corre a su final, este sol es el sol de esos tus ojos que me miran en una distancia abrasadora.
Amor, me mirarás desnuda, rodeada de hiedra, con los pies en el verde de las rocas, salpicada de arena y con la espuma entre los pechos, surcada de mar y navegante por el archipiélago de la luz, entre esas islas separadas por la sal que desgranan y cuentan las estrellas que caminan por el agua.
Amor, qué letanía se desparrama en estas hojas que escribo con la delicadeza de un corazón que gime, de la sangre que llega hasta ese mismo corazón corriendo en las arterias, y en los pulmones te respiro y te sé, porque te amo.
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