Amor, qué misterio distingue las edades de la piel, la piel que sigue siendo adolescente. En mi mirar lejano, en mi deambular por las sombras, encuentro un espejismo.
La cruz de flores se levanta sobre el muro, y en él envuelve su silencio. Callada, me paro alrededor del caos. Siento tu piel y mis arrugas, cuando habla el ángel y me dice que la carne es inocente.
Amor, nuestro sufrir es incruento. Se lo damos a ese azul que viene por las noches, y que tiñe el mar con su mirada. Se lo damos a la sangre que se fuga en el mismo amanecer en que transcurre. Se lo damos al pétalo que inflama el mismo corazón de la flor en que acontece.
Te me doy, en esta circunstancia, en este tiempo de margaritas nupciales, cuando avisas al vigía de la torre para que descienda los peldaños y queme la escalera.
Amor, a poca distancia de la sucesión del frío, a breves pasos de la nieve que vendrá, que cubrirá las cabañas y ese humo de carbón presto para arder, se acumulan en mi pecho las huellas del agua que dejaste con tus labios.
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