Amor, qué candentes son los ojos que me miran, con el azul inmenso que me traes a las manos como si me trajeras el mismo azul con que contemplo el transitar del mundo.
Amor, escucho tus palabras y viene la alegría. La alegría es como una piedra redonda que descansa en la hondonada, que un niño recoge y tira en el arroyo, y forma círculos como círculos hay en las moradas de ese cielo que te vive.
Amor, como los cocodrilos tengo hambre, y mi ansia es violenta. Pero se apacigua en esos lagos donde los cisnes no dejan de bailar.
Mi hambre es de siglos, de milenios, un hambre que devasta lo que toca, que se alimenta de más hambre y que vuela por los parajes desérticos en busca del agua divina del sosiego.
El deseo es como un punzón que quema. Un garfio envuelto en carne. Unas esposas que se cierran en los brazos. Un unicornio ciego. Hay un voto de inmensidad en mi carne que se agita. Mi entusiasmo es profundo y su ansia perdura en ciernes de ese beso enajenado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario