Llega el tiempo de los nueves. En mi memoria guardo la luz que me trajiste, la que iluminó mi cuerpo, la que me dio palabras, la que me dio flores, la que me dio lluvia, y en el agua me dio mi mayor deseo. Me dio tu voz, me dio tus ojos, me dio un alma que se entregaba a la blancura, me dio el mismo cielo que te vio traspasar la mirada de los ángeles, la sucesión de las nubes y en el mismo corazón plantó un bosque de nardos florecidos.
Amor, qué hay en las ingles que viven sólo con tu nombre. Qué hay en los maizales que se elevan sólo con tus besos. Qué hay en las alondras que vuelan sólo para verte.
Hay un manantial de fuego que crece enardecido. Es un río de lava que no se apaga, y que no conoce los huesos de la muerte. Es un arroyo ígneo, una fuente que escupe las llamas del amor, eternamente, y en este lado de las sombras, estas aguas ardientes viven en la mano de un Dios que en el aire permanece, sólido como el esperma.
Amor, qué hay en mí corazón que llora.
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