Amor, en esta enormidad que me sostiene, en este laberinto que se encierra en el deseo, miro atardecer entre tus brazos.
Me aprietas en tu pecho y te me dices, y en tu palabra late el despertar de la noche con su anhelo.
Amor, se escapa la penumbra y se detiene. Refulge en su oscuridad primera y reside en tus ingles en un canto que se enamora de los grillos.
Los ojos suspiran con la calidez inusual en este otoño que germina sus pulsaciones estivales. Amor, qué hermosas flores nos trae la penumbra, qué rojos nacen cuando cae el sol en el crepúsculo. Qué caras curiosas se mantienen vírgenes alrededor del polen.
Amor, estos atardeceres otoñales nos traen el deseo. Se alinean los árboles y su sombra nos cubre para siempre. Cómo si fuéramos bendecidos por la luz, somos habitantes de ese paraíso florecido en los albores de la intimidad. Me besas en el fragor cotidiano de las sombras, y llego a la cumbre donde Dios les dio las sandalias a los pescadores de hombres.
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