Amor, veo cómo el norte se abalanza. Al lado de la oscuridad se cierne el cielo, en sus lenguas de costumbre, en su tiritar vacío.
Amor, qué hay en ese cielo que me llama, que me dice, que me lleva a los presagios, que me incita a buscarte en el fondo de tus ojos, allí donde sé que soy más que ninguna.
Amor, en las edades cenicientas encontré un pulso que me llevaba a declinar, que me traía en las emboscadas más terribles, y encendida lidiaba con las horas en un sacrificio absurdo.
Me das el cielo, el que se ve surgir por las mañanas entre la tenebrosidad, perdidas las alas oscuras. En ese cielo construyo el espejismo de tu amor. Construyo el misterio de tu amor, su espectro firme de blancura, su idiosincrasia de niño amante entre las ubres del amanecer.
Deshabito el cielo cuando vienes, cuando entre los caballos del alba te deslizas con un beso en los labios, cuando tu boca me dice que los ángeles me viven la mirada, y en las nubes sedientas se ampara mi corazón.
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