Amor, qué desierto enorme la distancia. Qué sal se vuelca en el mismo suelo del que nace, e imposibilita el crecimiento de las flores. El peregrino camina por las sendas que ha dejado la ceniza y en ellas se desfoga.
Amor, en esta arena que me nace, en esta piel que se desuella, hay una redención obnubilada. Es la sangre que bifurca los caminos, que lleva hasta la encrucijada donde el corazón voló dos veces, donde el cuerpo se une con la savia, donde el amanecer llega retrasado entre las cáscaras que ocultan las membranas.
Amor, qué nardos se abren cuando pasas, qué rosas me tienes destinadas, qué deseo me fluye en la piel y me carcome como si me dejases en un sarcófago y allí me desvelase.
Amor, en qué pie te posas que te has ido a ver cómo las estrellas relucían, y a tu paso las magnolias han blanqueado los sepulcros. Entre lianas, versículos´y salmos te posas arrancando a todas las esposas.
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