miércoles, 25 de noviembre de 2015

Los besos

Amor, los besos que te di se me anochecen. Se me ponen en la espalda. Me bajan por los nervios, suavemente, como la piel dulce del armiño que lleva en su corazón el beso de la luna.
Amor, llevo tus labios en mis pechos, en mis ingles desnudas, en la nieve que me diste y que es más mía que mi pelo, que mis uñas, que las secreciones de mi cuerpo.
Cómo anduviste tras mis pasos cuando se desvanecía el sol, y los camellos bebían en sus jorobas cansadas, mientras yo bebía el agua que en tus manos me ofrecías.
Amor, llevo en el coño tu perfume, en las disoluciones queda tu aroma sobre todo, y es ese olor el que me enciende, el que tirita entre la carne, y es anónimo entre los nombres.
Amor, me preñaste de oasis, de palmeras y de dátiles, de aguas profundas en que la hondura se ocultaba, de arenas relucientes y sombrías, y los relojes iban acumulando un tiempo que no se sucedía, que a sí mismo no se traspasaba y que era eterno, y en ese tiempo imaginario me follabas como nunca me follaste.

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