Amor, me desfalleces. Allá lejos, donde trinan los pájaros dormidos, se extiende un mar en calma, un mar que sólo se abandona al oleaje en los momentos en que el corazón deja de latir.
Allá tan lejos, cuando se nombran la huida y la derrota, cuando se abre la emboscada de las sombras, y no puedo tenerte entre mis brazos, no puedo sentir tu aliento, y de tu boca, las palabras, sólo el vacío, sólo la intensidad de no tenerte, sólo la bruma de la desolación en la mirada.
La mirada me devuelve tus motivos. Te marchaste a encontrar el unicornio y te encontraste con Medea, que asesinó a aquellos hijos que tuviste y que eran míos, a los que busqué nombre en el deseo, los que olvidé al parirte entre las sábanas de mi orgasmo, entre el rumor y la clemencia.
Amor, sueño con los árboles florecidos, con el agua redimida, con la lluvia que cae en un espejo, con las horas que vendrán cuando regreses, cuando vengas a buscarme entre las flores, entre la paja del henar, entre la viña y los racimos de la viña, cuando los dioses bendigan nuestros frutos y me des la última vela de tus constelaciones.
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