Amor, hay una ternura que es más tierna, más suave, más dulce, más afrodisíaca, más terrena que los matorrales que respiran a mis pies, más rosada que los últimos brotes de las rosas.
¿Qué voy a hacer con mi ternura? Su valor es inestimable. Nadie podría darme nada a cambio. Ni todo el cielo más las nubes y la lluvia, ni todos los ángeles sentados a mis pies podrían darme algo que pudiera parecérsele.
Mi ternura es como un saco de patatas; como un saco lleno de almendras y de nueces; como un kilo de chocolate negro, más amargo que un kilo de tristeza.
Mi ternura es árida, y su caudal resurge entre los pinos. Hay abetos donde llega y los pinta de blanco, como si fuera nieve, porque es fría, ya que no puede calentarse entre tus labios.
Amor, qué posturas más extrañas coge la ternura: parece un niño jugando con un árbol, subiendo por el tronco, fornido y anhelante, jugando con su savia, con la resina de su savia, como si la ternura estuviera en la sangre y allí se fermentara.
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