Amor, tejí la oscuridad y en un canastillo exilié la sombra. Me encontré con una tiniebla inescrutable, que pedía y que encendía en lo oscuro, y que quería apropiarse de ese cesto donde las noches auscultaban el aire en que las nubes resplandecían y esperaban el nido de las almas.
Amor, tú me esperaste. Pusiste el chaleco en lo más alto de la loma, y mientras conducías alrededor de la lluvia las ovejas me daban la lana que añadiste al tejido de la sombra.
En ella me oculté. Con ella barrí los cementerios que salían a mi paso cargados de flores que enceguecían a mis pies, y los muertos renacían e imploraban otra carne y otro cuerpo para amarse tras lo eterno.
Amor florecido que me besas, que me transcurres y aconteces, dime a qué altura debo detenerme. Dime si tu pureza me estalla en los pezones, si mis ingles verán el fruto de esos cerezos todavía nacientes.
En mi pulso reposa la eternidad. Entre los besos se cierran los párpados que ven en el interior del beso, dentro de los labios. Ven cómo se ilumina la lengua, como mi lengua te convence para ir a la guerra donde el sexo incendia las crisálidas
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