Amor, qué andanzas me trajeron a tu lado. Qué esfuerzos me sobrepasaron como si la Tierra viviese entre tinieblas todo el tiempo, como si el resurgir del frío se llevara los gigantes de hielo de mis pasos.
Amor, qué hermosura me entregaste, para que la regara y la pusiera ante tus pies, para que mis jazmines adorasen la puerta más pequeña del cielo. Y en ese tiritar me trajiste el aroma más cándido de esas flores que me nacen en la piel, y me tatúan el Nombre entre todas las palabras.
Vives en mi soledad en un fuego que se inicia en los árboles, que arde en las ingles que te entregan su agua, la calidez de un ritual que se hace carne entre los Verbos entrelazados.
Amor, qué me sucedes como un magma de sangre. La lava es poderosa y también vives en el barro. En él posas tu palabra ensangrentada, el rumor de los clavos y la lanza, las espinas penetran en la frente que se ofreció al crimen, imaginación portentosa de pensarse hijo de ese fuego que quema en la anochecida tarde, en esta noche.
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