Amor, nadé contracorriente por los riachuelos del ansia. Eran pequeños en su inicio pero al unirse formaron el Amazonas del deseo. Me perdí en esas aguas que agostaron mi cuerpo, que humedecieron el alma y me llevaron hasta tus labios que se habían escondido.
Siempre estuviste y yo no lo sabía. Te habías ido sin irte realmente, oculto entre el follaje, entre las ramas de un bosque oscuro e ignorado.
Entre los árboles vi un templo ignoto. Un templo que los pájaros construyeron con su pico y con sus alas, donde los ángeles estaban esculpidos con las piedrecillas que habían recogido y así el suelo se encarnaba en el mismo cielo que veía desde abajo.
Amor, te encontré sin guía y cuando el bosque se convirtió en desierto supe que la arena que pisaba era la tuya, y cuando las dunas te cubrían supe que en su interior había una casa hecha de oasis y de palmera del oasis donde estabas, y cuando salí al mar te vi a ti, en una barca, caminando por encima, como el Cristo, y allí la sangre te dijo que te amaba.
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