Amor, en esta extensión helada que se abre, en este páramo sombrío donde la oscuridad todo lo vence, tiritan las luces de las velas, las que encendí a las puertas de tu nombre, las que vi por la ventana cuando abrí las luces a la luna.
Amor, me llené de brea. La repartí poco a poco por mi cuerpo maquillándome, y me llené de su aroma, marítimo y más puro que el aroma de las rosas. Te lo ofrecí como quien entrega un espejismo, un reflejo de océano o un misterio atrapado en el cristal.
Te di mi sangre, la que lleva en su curso los pétalos de ayer, los que murieron asustados por los besos, los que se te secaron en los labios.
Amor, se me cuartea la piel, se me enloquece. Se me pinta de amarillo, de fulgor de hojarasca y de desuello, de mar que desespera por llegar hasta la orilla.
Te entregué las gemas, las piedras más valiosas, y fui hiedra que se consumió a si misma en el fuego devastado de un deseo que convirtió la carne en la derrota.
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