Amor, qué dulcemente cabes en mis manos, cómo tus besos me llegan a la boca, como si me mordieras un poquito con los labios y con los dientes me firmaras en la carne.
Yo te firmo con palabras, todas mis palabras, las miles y miles de palabras que te he escrito, las que crean la tormenta, el vendaval que me entra en la ventana, los cristales que tiemblan y los postigos que se abren.
Amor, hay un camino que desciende hasta las cuevas. Allí nos ocultamos de la noche. Allí la luna no puede vernos, y nos llega la luz de las estrellas.
Amor, cincelé una piedra. Le puse tus ojos para que no me faltase nunca tu mirada, para que pudieses verme desde donde quiera que estuvieses, y en tus ojos ser el sol que esconde esa madrugada que tiene en sí la primavera.
Desde qué azules más hermosos me llamaste, y le pedí a Artemisa un disfraz de ciervo. Le pedí también que los perros no me devorasen y que me dejara ver tu desnudez en el destierro.
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