Amor, planeaste en la cumbre atardecida, cuando las águilas volvían a su casa y marchitaban el suelo por la noche en ese cielo oscurecido. Las aguas se bebían el caudal anunciado de tu sangre, su perdón y su caricia.
Amor, en esa oscuridad postrera en que la lluvia se aparece, renacen las tinieblas de este día próximo a la unción, cuando las gaviotas comprendan la palabra y la carne ruegue por nosotros.
Amor, congregué a los tulipanes. Les dije que te amaba, que en ti se cumplían las promesas, que en tu cuerpo revivía el beso oscuro de las flores, y que en el nido donde los árboles suben más arriba habitaban las secuoyas.
Amor, me entristecí cuando me dijiste que te ibas, que regresabas allí donde tu madre puso el sello donde la muerte perseguía al cementerio.
Allí debías ir y volverte hueso, lejos de mí, y anochecido, amigo de la sombra. Y yo con la amapola de la sombra te seguí, y llegué a ver el camino que dejaste, donde cayeron las estrellas.
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