domingo, 1 de noviembre de 2015

Turbulencia

Qué turbulencia se me encendía en las ingles, qué lluvia renacía en las espaldas y crujía la belleza entre tus dientes. La devorabas con palillos de arroz, con cucharadas de jugo de trébol, y te comías las vísceras que transportaban el Verbo.
Me derramabas tus pétalos salados, y entre salmos me adorabas, como si la diosa que no tiene nombre me besara con tus labios.
Amor, llega la tormenta, y llega el ángel que me negó tres veces: el día en que nací, el día que te amé, y el día de mi muerte.
Amor, el día en que morí una lágrima cayó por la mejilla. Con ella se llevó lo que yo soy, y tú me devolviste la mirada y me entregaste mis ojos con tu semen.
Amor, no te me vayas. Quédate aquí, junto a las velas que enciendo por los muertos, junto a las flores que visitan los cadáveres, haz que el esqueleto y que sus huesos ardan en la purificación y en la pureza de esas almas que me aman.

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