jueves, 26 de noviembre de 2015

Mueres

Amor que mueres y renaces, amor que eres la ceniza del fuego y la brasa que ardió, que el aire se lleva hasta el mar y que te conviertes en espuma.
Amor que eres sal, sol, mi eterno soliloquio, que en el río derramas tu fuerza y lo conviertes en riada, en manantial que baja por las rocas y se lleva las piedras más enormes, que le dan un roce de tierra y de borrasca en esa tierra que se extiende hasta llegar a los afluentes.
Amor que lloras como un niño en mi regazo, que me abandonas para ir a ver las gaviotas más allá donde los mares pierden su nombre en la línea en la que flotan, donde el horizonte ya no existe y es una frontera que se acaba, en este idilio de luces y de lágrimas.
Un caballo relinchó en el límite donde el cielo se termina. Le relinchó a la luna su tristeza, el estar apartado de su yegua, condenado a ser el semental del rico, inseminando hijos, potros tristes.
Un lobo le gritó a su loba, y la loba respondió en su pelo, en su boca llena de caninos, en los dientes lobunos que le dan el beso.

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