Amor, hay una bodega donde muere el musgo. La hierba crece en el borde de mi coño, en las latitudes donde mis pechos cobran realidad en el pulso de tus manos áridas.
Hay una vacilación al borde de la nada: crepitan allí los vuelos de las aves que traen un beso en su picos dóciles.
Un desconcierto me apabulla: no vendrás, sé que no vendrás y seguiré sola, sola con palabras que llegarán a ser absurdas.
Espero que un amanecer te traiga a lomos del alba, en los ijares de la alegría. No estoy triste. No lamento la distancia. En ella me creo y me recreo, en ella me miro, en ella soy el fuego que escribe sin cesar, porque te amo.
Amor, ves esa estrella que se distingue en esta noche. La ves crecer en ese cielo que se aparta de nosotros, como si nosotros fuéramos los siguientes habitante, y esas estrella es como si un amante llamara a la ventana, como si tus ojos pudieran verme desnudarme y poseer la madrugada.
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