Amor, suena el Réquiem y estás lejos. Mi boca no puede alcanzarte, mis labios desesperan, mis ojos tienen ansia de miradas, mis ingles tienen ansia de tu semen.
Dónde te escondiste, en dónde te entregaste, que estoy soñando todavía con tus besos, que deliro por tenerte junto a un trozo de papel donde las palabras signifiquen el amor.
Como un barco pequeño que quedase sin rumbo, que aleteara en las aguas como un cisne solitario, llevo en mi coño ese arca que marcaste como mía en los fragores del deseo.
Amor, quedé desnuda. Desnuda y vulnerable. Te deseé como se desean los regalos en las fechas señaladas, te deseé en mi nombre, en mis veneraciones, en los pulsos en que la sangre me decía que nunca ibas a volver, y yo le contestaba que antes se detendría, que me llevaría el corazón por las arterias, porque tú regresarías, y al regresar la luz de tus cabellos me daría la cima del sol de medianoche, y al dormirme junto a ti en los jardines de delante de la casa un gatito maullaría con las pulsaciones de tu carne, y yo sería aquella que levanta las rocas del pasado, y las convierte en tierra.
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