Amor, oigo un madrigal, una sinfonía en la que la piel aletea y se desborda. Mi piel calla, no sabe de acentos, no sabe de materias en que el fuego pueda renacer, y los silencios tienen una sustancia pegajosa, un líquido que emborracha a aquellos que lo miran.
Amor, en ti soy como un árbol, y mis raíces arraigan en la espiral del vuelo de los pájaros, y se derrotan en cada amanecer cuando las lunas se me esconden en los labios.
Es entonces cuando viene el beso y se prodiga entre hogares encendidos, y las lápidas entierran su nombre con los muertos.
Amor, en este cielo que me vence se dispara un espejismo.
Hay una oquedad en el suelo que traslada sus temores. Hay piedras abruptas y rocas recortadas en un vacío que retiene los pétalos del amanecer.
Amor, me notas los latidos, sientes como mi corazón se adelanta en el abismo, como si me llevase de la mano a explorar el alba, su reverso y su milagro.
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