Amor, qué tristezas recorriste. Allí donde las lágrimas, derramaste las alas de tu semen, aquéllas que lo hacían volar entre los árboles, las que acudían al llamado de tu voz, y pretendiste guardarlas junto a ti.
Se te rompieron y rotas me llegaron, quebradas en su incienso, perdidas en su perfume de varón, con las espuelas de un jamelgo que trotara sin parar, como Pegaso, en su misma victoria y en su mismo fracaso.
En la derrota duermes junto a mí y te deseo, como se desea el baile de los cisnes danzando hasta la muerte.
Mi fruta, mi kiwi delicioso, el palo santo maduro en rama alta, te viertes en mis ingles mientras te fustigas en el tiempo, te alzas contra el tiempo y me llevas en ese trotar salvaje.
Las moras silvestres se me derraman en la boca como se derrama el silencio.
Amor, que me incitas a dormir entre tu pecho, dime si encuentras la coraza allí donde las ingles se encontraban con el hambre.
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