Amor, los desfiladeros son altos, y me vencen. No puedo subir hasta los cielos. No puedo llegar hasta la presa donde el agua se queda quieta y duerme.
Las nutrias bailan junto a mi, mientras te escribo. Las veo en su oscuridad lacerante, en su bulimia, y yo te escribo, no ceso de escribir, como si en las palabras el amor viniera con un santo y seña diferente, como si en tu esperma hubiese versos y yo me los comiera.
La misma muerte está cansada de rezar por los cadáveres, y yo, que rozo con los dedos tus ausencias, muero un poco más cuando me besas, cuando sueño que me besas.
Amor, si fueran tus labios los que me dan el camino de regreso, si envolvieses con tus uñas el fluir del mundo, yo sería una serpiente y mudaría mi piel en el otoño para darte mis escamas, la suavidad de mis escamas, la barbarie de una sangre que se derrama cuando la Tierra gira y vuelve a sus inicios, a esas tempestades incruentas porque se dan en su propio centro. Qué lava me darías, qué fuego me visitaría por las noches, empalideciendo la oscuridad más intensa, tañéndola de rojo.
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