En el sueño, Amor, he olvidado cómo son los destellos de las rosas, cómo caen las nubes del verano. En qué guarida dejé tu cabellera, qué tesoro escondí de tu mirada.
En el otoño, Amor, en el otoño, el sol estalla en amarillo, y amamanta con su fuego las estrellas invisibles. Y la luna, que se preña con su semen, sigue blanca y fría con los sabores de la nieve.
Amor, noviembre es como un sueño que se olvida entre los estertores nocturnos y arrabales plantados con farolas, con esguinces de luz y girasoles en sazón y enamorados.
A las vueltas nace la blancura que se escapa desde el cielo. Es como un imán que se adormece allá en lo alto y que devuelve la palidez de la mañana tras el rojo de la aurora.
Y el rojo de la aurora es escarlata, el escarlata de las letras del amor, el que nace entre las rendijas de la luz que se cuela sin piedad alguna por nosotros los durmientes.
Y durmiendo nos encuentra la desnudez, y el olor de esa desnudez es como un cebo que despierta la crisálida de donde nacerán las flores más blancas que habitarán en nuestro cuerpo.
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