Amor, amor que me ofreces la mañana, que me das el alba, que me entregas el rosa y el rojo de la aurora. Amor que me das las noches, el pálpito insomne de la oscuridad donde las flores se esconden.
Amor de dos, tres, cuatro escaleras que se dirigen al desván, que siendo altura se desdice, mientras me das el azul ígneo de las amapolas que se destiñen en mi vientre.
Amor, en las culebras hay una hermosura que se les desprende con la piel, sus escamas dulces. Me veo en esas serpientes que arrastran su pellejo por el suelo para después amanecerse con su piel nueva, como si fueran a un orfebre y abandonaran la vejez, en sus resplandores de alegría.
Amor, hay una alegría que subyace entre las piedras, un camino que sólo es de arena y que reluce como un niño cerca del mar.
Hay una sangre más roja que el veneno, es una sangre que llena las pupilas en su semilla acuosa.
Amor, ven y mis párpados serán mariposas elevándose hacia el pétalo más firme de las rosas.
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