Amor, estoy desnuda. La piel se me acontece, se me llena del color del cielo cuando el sol está a punto de salir. La piel se me llena de alba, y en la mañana va creciendo, como si con las horas yo pudiese enrojecer y darte con ella un ramo de amapolas.
Cerca del sueño, cuando se despiertan las aguas, hay un nido verde que se abre a la luz. El nido verde en la rama verde que se vuelve amarilla, el nido verde en el árbol verde que se va cayendo y llega hasta el suelo en su delirio amarillo.
Amor, en mi desnudez me cubren los arroyos, me cubren las luciérnagas, me cubren las papayas y los melocotones, y te doy las flores que renacen en mis ingles y se entregan al palpitar de las tuyas.
Entre las piedras nacen las oquedades, esos vacíos que no pueden conservar el deseo. El deseo se fuga, llega hasta mi cuerpo y lo convierte en carne caliente. La sangre vertida penetra en la hierba que crece en los picos de los pájaros, y deviene instante, un momento que se separa del tiempo y se prepara para un ciclo de amor y de muerte.
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