Amor, cuando venga el frío y sea invierno, después de la fiesta de los muertos, haré punto para ti, y mis chaquetas, los jerseys y las pantuflas serán de estrellas enlanadas, de colores distintos y difíciles.
Amor, el cielo hoy se vive en gris. Está nuboso, y la humedad desciende de las nubes como un cáliz vacío que ofreciera una sangre ya bebida, un vino que se consagrara en los arrabales de la felicidad, y que bebiéndolo nos llevase de la mano hasta el puerto donde llegan los navíos de la guerra, siempre dispuestos a morir.
El espejo más enorme es de la muerte. Ella nos mira sin distancias, siempre dispuesta a darnos ese beso que tememos, ella no sabe de inercias, ni de botes, ni de piedras derramadas en el mar.
La muerte, amor, es anarquista. Y en su asamblea decide quién, dónde, cuándo, cómo y el porqué se nos escapa, porque no sabemos entrever en sus pupilas el motivo, ese porqué que todo lo desmiente.
Y en el amor la muerte resucita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario