Amor, en el diluvio hay un magnetismo transparente que todo lo abarca, que todo lo sueña, y que se enciende al transitar la madrugada por las distintas flores del dolor.
Amor, hay una latencia en el deseo que todo lo permite, que se asombra de su propio palpitar y piensa en amortiguarse pero crece, y el deseo es más deseo todavía.
En el corazón hay un pulso que se queda siendo pulso, un reloj que no sabe de esos tiempos que marca el calendario, un reloj que sólo marca los espacios de esas horas que a sí mismas se transcurren.
La materia es el alma que se encarna, y la sangre el fluido de los ángeles, que preñan las nubes con su semen.
Qué cataclismo hay en ciernes en el nombre del amor, y qué delicadeza se extiende en el lecho de la guerra. Con las armas en la mano te digo que te amo, y esos girasoles pendientes de secarse son como la mirada de Dios sobre los hombres.
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