Amor, estás en la lluvia. Mi hombre de tormentas, de nubes oscurecidas, de ese sol que por un momento se eterniza oscuro, y parece que nunca más volverá a salir entre sus besos.
Parece que nunca más el sol volverá a salir, que la sombra se une con el agua con el propósito de inundar el cielo, y el cielo permanecerá inundado allá en las alucinaciones del deseo.
Amor, octubre llueve. Aquí el otoño es suave, melancólico, un otoño sin grisura. Esta pequeña muerte conoce el llanto de la lluvia, conoce la tristeza de los pétalos, el apagarse de las velas, el fuego reducido en los hogares, con esa leña fina que viene de los funerales de los árboles.
La leña deja marcas en la piel, como el amor. Son pequeñas y rojizas, los últimos mordiscos del almendro antes de hibernar, antes de que marzo lo vista con sus hojas
Así mi piel se entenebrece, y parece piel de flores, un enjambre que me llena de miel, que me pasea entre panales, y me concede femenina, con una pulsión por despertar entre mis piernas, e iluminarme el corazón y las brasas de ese corazón latiendo en esta distancia enorme.
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