Amor, en este septiembre que termina, que se escolla entre las rendijas del tiempo, hay un olor que se madura entre almendros y avellanos. Es la tierra que huele, humedecida.
Como la tierra, yo también soy húmeda. El agua me colma y se acompasa muy cerquita de mi caparazón. En él perviven los anhelos de cuando era niña y esperaba una caricia.
Ahora quiero ir y dar esa caricia, quiero llegarte y florecerte, abrir las compuertas del miedo, decirte que hay agua para ti, para saciarte en tu oscuridad con el amor que hay entre la hierba.
Llevo en los genes los juegos de luz con los que Van Gogh se iluminaba, los mismos que le oscurecían el corazón.
Amor, me renaces en la sombra de un deseo que es nieve florecida, mientras te amanecen las estrellas.
Amor, qué circunstancias me traen el veneno, ese narcótico que se expresa y que me dura, que quiero exorcizar entre los ángeles que descendieron la escalera.
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