Amor, en mi tristeza hay un oasis de diciembres. Ahora que vino la primavera, que llueve en los cristales y la lluvia se nos queda, nos late el deseo como un corazón que se descubre, mi Amado, entre las rosas que la sangre le lleva, y en ellas permanece.
Brillan las cigüeñas. Esperan las campanas, los mediodías que cantan a maitines, como si la aurora no despertara hasta las doce, como si fuera dormilona, y la pereza la asaltase como asaltan los árboles con sus ramas vespertinas el pozo interior de la noche.
Brillan las cigüeñas y las veo volar entre tus alas. Te las prestan para que puedas venir hasta mi cama, hasta mis piernas, y penetrarme en la costumbre de entrar y poseer por un tiempo reducido todos mis sueños, desnudos en tus brazos.
Amor, qué alegres son tus besos. Cómo inciden en mi cuerpo. Cómo me alojas y me vistes, cómo me alimentas, cómo tus ojos desnudan la negrura, cómo iluminas la misma luna que me nace entre los pechos.
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