jueves, 14 de abril de 2016

Gime

Gime el gorrión entre tus manos. Su canto es un plañir de pena, de temblores de alas y de vuelos que no alcanzaron ese cielo que se prendió en tus labios.
Amor, qué larga es esta espera. Se me desvían los diques, los canales. Me siento estremecer entre las horas. Siento cómo este corazón se me enamora de las piedras, como si las piedras mismas fueran el camino, como en si en su borde se contuviese todo el fluir del tiempo.
Amor, esta premura. Se me encienden los relojes. Se detienen en las calles y las aceras retroceden. Los autobuses pasan sin parar mientras te amo. Y en este celo, en esta crisálida que se abre lentamente, se oscurecieron las ansias de tu cuerpo, y al ser negras se prendieron de las noches que velaban tu mirada.
Entre jirones aparecían las estrellas. Aparecían como en un campo santo, y sembraban los destellos de tus ojos, y allí te florecían, en ese iris azul, en tu blancura, en esa piel que gime como un pájaro en su nido que late entre las oquedades de la tierra.

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