Amor, qué hay en las flores que amanece, qué hay en el agua que es tormenta y tierra submarina.
En los fosos abisales los peces humedecidos por la sal se desconciertan: no conocen la luz y la dimanan entre sus braquias de profundos despertares.
Mi Amado, la fiebre es más fiebre al levantarse. Tiembla y suda entre las ingles y fermenta con la fruta. Es como un recorrido en el cielo con nubes escapadas de los ángeles.
Artemisa levantó su muro. Derribé la muralla de la diosa y fui venérea, venerando a la antigua, a la nacida del semen marino y de la espuma, la que fue infiel y mintió por el deseo que le nacía entre las piernas.
Amor, eres misterio nuevamente, y arrullas los cantos de esos lobos que te esperan. Sabes que en el deseo la sangre sustantiva todos los nombres del corazón, y penetras en el cuerpo como un alma que se perdió con su blancura en el espacio infinito en que las aves se engrandecen.
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