Amor, se me esconden los nidos en las manos. Te los ofrezco entre las flores que cayeron a mis pies, para que la piel se me erizara y las piedras fuesen más suaves que los pétalos.
Me quito la camisa y veo cómo los pájaros me sobrevuelan en los pechos. Sus alas son de águila imperecedera.
Amor, eres mi sustancia, la que llevo en la boca, la semilla de un deseo que es metal ardiente, carbón inoculado de esta lava que me acontece entera.
Amor, si los pliegues se me derriten en la sombra, si los diamantes sueñan con nosotros, habrá una fuente en lo alto del camino de la que mane agua de la aurora, y el crisantemo que crece en la ventana se teñirá del rocío que cae en el alba en los veranos antes de que el sol se eleve entre las jarcias y se lleve el mar hacia los cielos.
Amor, Antígona me dio su nombre. Con ella, entierro la sangre que llueve desde el azul más alto de la estrella.
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