Amor, se pasean los ancestros. Mira cómo se alza el aire, cómo la brisa se aprisiona, cómo el salitre se va del mar y conoce los caminos que se abren más allá, allí donde el cielo pierde su envergadura de azules en tus ojos.
Amor, qué dulces son los corazones que no cesan de latir. Qué suavidad hay en tu cuerpo, y mi ansia es más suave todavía, es un ansia que devoró los leopardos y ahora duerme ante tus pies.
Ocre es la tierra que pisamos. Ocre y derramada. Como lluvia. Como agua del pantano. Como Bronwyn.
Y tú me llamas, me prometes que me llamas, me dedicas una sola vela, uno de tus solos pensamientos, y te doy mis fuselajes, te doy mis embriones, te doy todas mis palabras.
Entre liturgias, un camaleón. Vibra el animal entre mis piernas. Vibra el crisantemo en el monte salvaje, alejado de la piedad y del cementerio. Alejado de este amor que cristaliza, que es como una sangre que delira por mi Amado.
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