Amor, pronto vendrán las amapolas. Se las ve en la hierba, y perviven en la aridez de los arcenes. Esos arcenes en que corremos sin mirar a nuestro lado.
Amor, en esas amapolas soy el tallo y soy la fuente, el rojo de sus besos, las hojas de sus labios.
Hay un milagro que surge en sus raíces. Es la adormidera, que te atrapa como un cáliz.
Sombra de amor desesperada, el cielo parece inmóvil en tu seno.
Coge mis manos y acaricia la noche que nos viene, la noche que penetra en los misterios más firmes que arraigaron en el vuelo de los pájaros.
Amor, que vicisitudes me arrancan de las lágrimas, las que forman una escalera con tu llanto.
En el ámbar crecieron girasoles, y en el semáforo se erigieron las secuoyas con su propio corazón.
Hay una lentitud en el pan que me repartes, un guiño de rutina.
Es blanco el lecho vespertino, y mi cuerpo se envuelve con el fluir de esas violetas que a la montaña pertenecen.
Amor, le canto al grito, el que se queda en la garganta y se apropia del silencio.
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