Amor, me muevo en el abismo. Miro cómo desvaneces las pulsaciones del aire, cómo se ilumina el recorrido sagrado de la sangre.
En este hemisferio, a esta hora, la mirada del cielo me concierne, con su iris de estambres, con el beso que se le quedó en la piel, como en la mía, y que descendió suavemente con el sol, alumbrando con las lágrimas.
Mi Amado, hay un extrañamiento. La nostalgia se derrite en los afanes. El silencio se aproxima a la voz, y la consiente. Se fijan los signos del poder, y se convierten en deseo.
Y el deseo se oscurece, como si sólo naciera de la noche, como si la noche quisiera ser una luminaria, más allá de sus astros, de sus ojos, más allá de las pupilas que le crecen y que se transforman en estrellas.
Y las estrellas se deslizan en ti, y en ti crecen, y en la blancura tus ingles son más blancas, más puras y más cálidas que la luna.
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