Amor, qué soledad ahuyenta el cielo. Entre los dioses bajan las estrellas. Me dicen que un día volverás, que un día en tu regreso brillarán en el Oriente cuando el sol haga su paso en el crepúsculo, y todo se tiña en el oeste.
Amor, qué sangre hay allá arriba que mis ingles distorsionan sus colores, y entre rastros escarlatas vibra el azul de los océanos en que la espuma es también azul, la espuma que refleja las mismas olas, con las mismas amapolas.
Amor, qué hay en tu cuerpo que me ofrece el cáliz consagrado, y maldita soy por la blasfema de que seas mi Dios entre los santos, entre las espadas medievales en que Lancelot fue el más vil de los mortales, en ese amor que acabó con su pureza y que le hizo un ser humano.
Eres mi Lancelot, mi más puro, mi más hombre puro entre el abismo, y es ese abismo que me hace amarte como si nunca hubieras caído en el infierno, como si tu alma me acompañase en el recorrido lunar entre los cielos.
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