Mi Amado, qué liturgia se prende entre tus piernas. Qué semen consagras en mis ingles. Qué pulsiones se derraman en tu boca que absorbe el hálito de la eternidad.
Amor, descubres la sombra de mis pechos. Los alientas y los lames. En tus labios se convierten en dos pájaros temblorosos, dos flores llenas de ramos.
Ahora que pasó el frío y las noches ya no se estremecen, inventas la esperanza. Y queda el ardor de la sangre que te llueve desde el cielo.
Amor, la penumbra ya se ha ido. El gozo oscuro sucedió y se encabalga en mi mitad tardía como una tarde entre rosarios.
Amor, la tormenta vino y se marchó. Nos dejó los relámpagos de Oriente, y la voz de las crisálidas. Cuando quebró los filamentos se embebió de su aire, del aroma de su aire, y cesó de latir entre las aves.
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