Amor, entre delirios me acunaste. Me recibiste con sal, y entre mis nombres elegiste la plegaria que me resbalaba entre los dedos, como sangre renacida.
Amor, qué confusiones, qué ambigüedades me vinieron. Eras mi madre, y como madre te amaba, y me mecías, me acariciabas en la piel y mi deseo se convertía en un incesto imaginario, como si el esperma pudiera brotar entre tu vello.
Hay una alucinación que te concierne. Tus manos, blancas como la luminaria de los puertos, cauterizan mis presagios. Los contienen. Son pócimas que las brujas te escribieron, hadas mágicas que volaron en tu seno.
Amor, si Pegaso es un monstruo, como yo, seré ese centauro que suspira por ser hombre, y en mi masculinidad encontrarás el peso gravitatorio de tu espejo.
Te mirarás en mí. Seré tu reflejo. Y mi cuerpo de mujer devendrá guerrera, devendrá niña muerta, devendrá mariposa con el hierro enterrado en el subsuelo.
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